Viviendo con una enfermedad crónica

Llevo prácticamente toda mi vida con enfermedades. No ha sido hasta hace poco tiempo, a través de mi propio proceso de psicoterapia, que me di cuenta del impacto que todo ello tuvo en mí. A los 9 años empecé con lo que después supimos que eran crisis de ausencia. Repetidas visitas a urgencias entre los 9 y los 11 años, hasta que a los 11 me dio lo que se llama una crisis de gran mal. Una crisis epiléptica (las anteriores también lo eran). Fue entonces cuando me ingresaron y primer diagnóstico: epilepsia.

Tengo recuerdos vagos de aquella época. Recuerdo que, en la habitación donde yo estaba, éramos varias niñas y niños. Justo en la cama de enfrente había una niña. Recuerdo que algún profesor del cole vino a verme.

Sin embargo, también recuerdo cómo fue la vuelta al colegio. Nadie me preguntó nada. Aquella niña se preguntaba ¿entonces, no le importo a nadie? No recuerdo bien cómo fue ni quién me lo dijo, pero alguien me comentó que la profesora había dicho a la clase que nadie me preguntara nada. Qué poco se sabía entonces del impacto de la soledad ante eventos potencialmente traumáticos.

Ahora soy consciente de toda esa soledad. De muchas crisis de ausencia que viví sin decírselo a nadie. ¿Nadie se daba cuenta? A partir del ingreso de la epilepsia, empecé con el primer tratamiento, el cual me estabilizó. A los 3 años, con 14 años, me retiraron la medicación para ver cómo respondía mi cerebro. Y, a los 6 meses, volvió a darme otra crisis de gran mal, retomando el tratamiento farmacológico hasta el 2017, que me lo retiraron completamente.

Pero, para esa fecha, ya habían aparecido otros síntomas: los del Meniere. De hecho, los síntomas empezaron en 2013 a través de un acúfeno persistente en mi oído izquierdo y pérdida de audición consecuente (esta foto es justo después de una crisis de vértigo).

No fue hasta 2018 que, a partir de crisis de vértigo heavys y diferentes pruebas, me diagnosticaron la enfermedad de Meniere. Para esta enfermedad, en cambio, no hay tratamiento preventivo, solo hay medicación de rescate.

Por lo que empecé a vivir en una incertidumbre constante. Aunque lo cierto es que, desde los 9 años, estaba viviendo con incertidumbre.

Fue entonces, en 2018, cuando empecé a angustiarme por lo que podía ser en un futuro, de los posibles desenlaces que el Meniere podía traerme. Si el otro oído, de momento aparentemente sano, pudiera afectarse. Y un sinfín de preocupaciones que me llevaron a dejar muchas de mis actividades de ocio, como nadar o correr.

Uno de mis mayores temores era que me dieran crisis de vértigo continuadas. Algo que se hizo realidad en septiembre de 2020, llevándome a estar de baja durante dos meses con crisis de vértigo prácticamente diarias.

De esa época tan difícil me di cuenta de que mi cuerpo estaba mandándome un mensaje: “Marta, para”. Ahí empezó mi camino de introspección, mi camino de vuelta a casa: mi cuerpo. Y en ese viaje de vuelta hacia mí, surgieron más síntomas: pérdida de visión temporal de un ojo, derrames articulares en rodillas, dolor articular, migrañas, erupciones en la piel con la exposición al sol, lesiones en la sustancia blanca del cerebro, moscas y lucecitas en los ojos, debilidad muscular, fatiga y un sinfín de síntomas.

Sufriendo un brote muy duro en agosto-septiembre de 2023, con síntomas residuales hasta noviembre de 2023. Llegando, en enero de 2024, a otro diagnóstico: la enfermedad de Behçet. De nuevo, tras varios años de desesperación sin saber qué me ocurría y con una atención bastante deficiente por la sanidad pública, un especialista privado le pone nombre. Y, lo más importante, me pone tratamiento.

Y, ahora mismo, me encuentro en la fase de inicio de tratamiento. Con la esperanza de que, conforme pasen las semanas, esta medicación tenga un efecto en mi cuerpo, mejorando mis síntomas, incluido el Meniere.

Si estás viviendo con una enfermedad crónica, me gustaría hacerte llegar que no hay una manera adecuada de vivir con ello. Es un camino. Y cada un@ de nosotr@s lo vivimos de una manera. He pasado por momentos de desesperación, de lucha contra los síntomas, de abatimiento. Y aun los tengo en algunos momentos. Aunque si algo he ido aprendiendo es que, cuanto más amables somos con nosotr@s mism@s y nos acompañamos como NECESITAMOS en cada momento (y no como le gustaría a nuestra mente), el dolor se atenúa y es mucho más fácil transitar por la vida.

Todos estos síntomas no son casualidad. Es cierto que a nivel genético podemos tener mayor o menor predisposición a, pero recordemos que es el ambiente quien acaba influyendo en la expresión o no de esos genes que nos predisponen. Lo que quiero decir es que todo síntoma cumple una función. Porque el cuerpo grita lo que la mente calla. En mi caso, estoy aprendiendo a escuchar qué dicen mis síntomas y a ver su historia, que me remonta a mi infancia.

Espero que mi testimonio y mis palabras puedan ayudarte. Si quieres escuchar más sobre este tema, Noemi y yo hablaremos sobre ello en nuestro siguiente podcast.

Gracias de nuevo por tu confianza 😊
Te abrazamos,

Marta Sancho
Equipo Kevala Psicología